Esta tarde mientras volvía a casa se me ocurrió este pequeño alegato antibelicista:
Que vuelvan los soldados a casa.
Ayer tuve un
sueño muy extraño.
Soñé que era
madre y que mi hijo era un soldado.
A través de
aquella madre y aquel soldado, en el sueño, sentí...;
Sentí el hedor de la muerte en los campos de tortura
del desierto de Argelia.
Escuché el ruido ensordecedor de las bombas,
cayendo como lágrimas negras sobre el cielo de Bagdad.
Oí el llanto
perdido de un niño mientras arrestaban a sus padres en Teheran.
Me llené los
pulmones con el humo negro de una granada en una casa del Líbano.
Miré los ojos
tristes y túrbadores de un gato famélico que vivía bajo un puente de Khabul.
Me calé entero el
cuerpo de humedad reptando con mis camaradas por oscuras cuevas en Hanoi.
Me quemé la cara
con el sol del mediodía, cargado de material explosivo cerca de Islamabad.
Grité con todas
mis fuerzas intentando liberarme bajo una columna en aquél hundido Berlín.
Me amputaron un
pie en una sucia trinchera, infestada de soldados enfermos en Amberes.
Me fusilaron
cinco soldados de color gris junto a un pozo en Hernani.
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